Historia, historiografía e historicidad
Historia,
historiografía, historicidad. Conciencia histórica y cambio conceptual
(fragmentos)
Javier Fernández Sebastián
Disponible en: http://www.javierfsebastian.com/wp-web/wp-content/uploads/2014/10/JFS_Historia_Historiograf%C3%ADa_Historicidad_2014-copia.pdf
A finales del siglo XVIII y
principios del XIX, coincidiendo con la Ilustración tardía, las revoluciones
atlánticas y el auge y caída del Imperio napoleónico, el mundo occidental entró
en un período de cambios incesantes y
acelerados. Se produjo entonces una transformación decisiva que afectó a la
mayoría de los conceptos socio-políticos
fundamentales, e indirectamente también a las nacientes ciencias sociales. Al
tiempo que se acuñaban términos nuevos referentes a movimientos políticos como liberalismo,
conservadurismo, progresismo, republicanismo o socialismo, conceptos tan
básicos como historia, sociedad y Estado
iniciaron una nueva vida. Dicha transformación semántica vino acompañada de una
nueva temporalidad, esto es, de una
concepción del tiempo histórico
alternativa a la anteriormente vigente, así como de la consolidación e
institucionalización progresiva de las ciencias históricas, sociales y
políticas (…). La historia conceptual se inscribe en este proceso de historización
creciente de la vida humana, y permite una mejor comprensión del cambio
histórico, así como a la posibilidad de concebir modelos de temporalidad
distintos al que asumimos como parte del sentido
común (…).
1. Historia e historicidad
Todos sabemos que la noción
moderna de historia empezó a abrirse camino en la segunda mitad del siglo XVIII.
Sobre ese cimiento conceptual se fue institucionalizando poco a poco ese
conjunto de prácticas de investigación, escritura y enseñanza especializada al
que llamamos historiografía, de modo
que la centuria siguiente sería calificada a menudo como el «siglo de la
historia». Así pues, podríamos decir que la historia como disciplina es hija
del nuevo modelo de temporalidad o
experiencia moderna del tiempo surgida de las revoluciones políticas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX
(…)
Mientras que al comienzo del
proceso «historia» significaba sobre
todo el relato de acontecimientos sucedidos en el pasado a personas,
instituciones o colectividades concretas, y más tarde empezó a referirse
también al conjunto de los sucesos y experiencias de la humanidad a lo largo
del tiempo —incluyendo el futuro y la totalidad de sus historias—, en el siglo XX
terminaría por aludir además, especialmente en contextos de debate filosófico,
a la naturaleza del hombre como ser histórico: enfrentado a una existencia
finita, el ser humano va desarrollando su vida durante un tiempo limitado,
abierto permanentemente a un futuro ignoto. Paralelamente, el término —mucho
más raro— «historicidad», que en una
primera instancia se refería a la cualidad de verdaderos que distingue a los
hechos (supuestamente) históricos (esto es, a los hechos ocurridos realmente,
frente a los sucesos ficticios, legendarios o míticos), pasó a entenderse de un
modo mucho más profundo como una cualidad inherente a la existencia humana
misma, puesto que el hombre va construyendo su mundo y se va construyendo a sí
mismo en el tiempo en condiciones
históricas cambiantes. Al final, la historia no era ya tanto un objeto
externo al hombre, sino su sustancia más íntima, la manera humana de ser y de
estar en el mundo. Y, consecuentemente, la historicidad pasó de ser un término
libresco y una propiedad atribuible a los hechos a una noción existencial
referida a la condición humana.
A comienzos del siglo XXI, en
tiempos de transformación social acelerada y de incertidumbre, algunos teóricos
han sostenido con buenos argumentos que estamos entrando en un nuevo régimen de temporalidad, que se
caracterizaría por un insólito ensanchamiento
del presente. Un cambio de horizonte que habría empezado a afectar a la
historiografía de diversas maneras (por ejemplo, a través de un inusitado auge
de la llamada «memoria colectiva»).
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